15 enero 2019
Cuando comienza un año todo el mundo espera novedades, pero para mà 2019 llega con una despedida. No hablo de decir adiós a ninguna persona, afortunadamente, se trata de mi coche. Llevaba tiempo pensando retirarlo de la circulación, porque ha cumplido su misión y adonde quiero ir él ya no me puede llevar, no le dejan. A final de 2018 surgió una oportunidad, asà que en unos dÃas me entregan mi nuevo coche. Me hace mucha ilusión, esa es la verdad, estoy deseando conducirlo, ir descubriendo todas sus posibilidades, encajar en él, hacerlo mÃo.
Pero sé que voy a extrañar el que dejo. Los autores futuristas de principios del siglo XX escribÃan poemas a las máquinas. Recuerdo que cuando estudiaba no entendÃa este movimiento literario, me parecÃa tremendamente frÃo y sin alma, algo que en mi cabeza no cuadraba con la poesÃa. Ahora tampoco es que me gusten especialmente esos poemas, pero los entiendo un poco más. Tampoco voy yo a emocionarme a tope con el coche, no llego a tanto. Pero sà siento que de algún modo he creado un lazo con él.
Hay coches con los que te sientes a gusto y otros con los que no. Me refiero a los que conduces habitualmente. Yo he tenido tres y el primero y este tercero me encantaron, me hicieron sentir segura en ellos. Con el segundo pasó todo lo contrario, no lo sentà nunca mÃo, me parecÃa que en cualquier momento me dejarÃa tirada o tendrÃa un accidente con él o, no sé, que de alguna forma me fallarÃa, porque no tenÃamos ninguna conexión. Nunca lo hizo, pero tampoco desapareció la frialdad que notaba al conducirlo. Ni la mejor música que pudiera sonar en el reproductor era capaz de cambiar eso.
Este último coche, del que ahora me estoy despidiendo (de verdad lo hago, soy consciente en muchos momentos de que son los últimos dÃas que me lo conduzco) me ha acompañado en momentos importantes de mi vida. Ha estado casi once años conmigo. Y en este tiempo ha pasado de todo. He ido en él en silencio o charlando sin parar, llorando (pocas veces), cantando (muchas), he estado sola o en la mejor compañÃa y un montón de recuerdos están ahÃ. Me ha gustado mucho conducirlo en las noches de verano por carreteras vacÃas, creo que es cuando más me gusta conducir. Con las ventanillas bajadas y la música alta. Springsteen va muy bien para esos momentos. Thunder Road la he puesto yendo sola muchas veces y realmente te eleva.
Pobre coche, no sé qué será ahora de él, va a ser extraño entregar las llaves al empleado del concesionario. Lo he cuidado lo que he podido, aunque a veces he conducido cansada y se ha llevado algún que otro roce. En fin, infinidad de cosas que ahora dejo atrás para vivir otras nuevas. El coche que me espera también va a ser de los buenos, lo presiento. Me va a dar caña y yo a él también. Aún no lo tengo, pero el feeling es fenomenal.
¿Es muy exagerado dedicarle un post a tu coche? Es posible que sÃ, pero han sido 166.000 kilómetros de caminos recorridos juntos, y eso son muchos kilómetros, y muchos caminos.
Foto: Matthew Henry
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Etiquetas: Año Nuevo , Bruce Springsteen , cars , coches , despedidas , fotografÃa , relatos , thunder road
Enviado por: Sandra Sánchez
9 enero 2019
Comenzaba el año y ella conducÃa de noche por Madrid. No era por el centro de la ciudad, eso ya es casi imposible, lo hacÃa por una carretera secundaria, que la llevaba desde su lugar de trabajo hasta su casa. El dÃa habÃa sido de los duros. Miércoles, pero con sensación de lunes o, peor aún, de martes, ya cansadÃsima y con mucha semana por delante todavÃa. A diario solÃa escuchar música y cubrir el tiempo del trayecto evadiéndose de las horas anteriores, cambiando el chip, dejando el estrés atrás.
De repente empezó a nevar. Echó un vistazo rápido al indicador de la temperatura exterior y marcaba seis grados. No parecÃa que hiciera demasiado frÃo. Alejó por unos segundos la vista del carril por el que circulaba para mirar al cielo. Estaba despejadÃsimo, le pareció que si pudiera contemplarlo durante más tiempo podrÃa distinguir claramente las estrellas. Y la nieve seguÃa cayendo, blanca y tranquila sobre el parabrisas. Entonces, mientras volvÃa a levantar la vista hacia el cielo, recordó un poema de Steve Crow, llamado ‘Revival’. SÃ, aún se lo sabÃa de memoria, era, es, precioso:
“La nieve es un espÃritu que cae, un soplo de giros, espirales, descensos sobre la tierra. Como luciérnaga blanca que quiere aterrizar buscando su reflejo entre las casas, escondiéndose en su propia luz. Quién sabe si la nieve es un recuerdo prolongado de un vuelo en invierno”.
SolÃan pasarle cosas asÃ, ir conduciendo y que de repente acudiera a su mente algún pensamiento o un recuerdo que no sabÃa ni que guardaba en ella. Y eso le sorprendÃa y a la vez le gustaba. Sin pensarlo tomó el primer desvÃo dirección norte y siguió conduciendo a una velocidad considerable, pero dentro de lo permitido. Pareciera que fuera el propio coche el que la conducÃa a ella. ¿Hacia qué lugar? No tenÃa ni idea y aunque cuando fue consciente de ello tuvo un momento de inquietud, consiguió calmarse y dejarse llevar. La ciudad, su ciudad, quedaba cada vez más lejos y el bosque, los árboles oscuros, le daban la bienvenida. El coche llegó a su destino y paró. Para entonces ella no sabÃa durante cuánto tiempo habÃa conducido.
Bajó y un frÃo helador le abofeteó la cara, pero no le importó y ni siquiera se molestó en subir la cremallera de su cazadora. Se puso a caminar hasta una casa en la que se veÃa luz. Solo en una ventana, pero alguien habrÃa allÃ, con seguridad. Sin tener ni una pizca de miedo abrió la puerta al llegar. De algún modo sabÃa que bajo la primera maceta del alféizar se encontraba la llave, por lo que eso no fue un problema. Al entrar sintió un calor acogedor, la chimenea estaba encendida y esperaban su llegada.
Entonces el escenario cambió. Todo era blanco a su alrededor, tan blanco como la nieve. Pero no estaba en ella, ni en la casa, ni en el bosque. Comenzó a oÃr voces conocidas, primero lejanas, después cercanas y con más nitidez. Se encontraba en el hospital, habÃa tenido un accidente volviendo de su trabajo, no habÃan encontrado un motivo claro, parecÃa haber sido un despiste de la conductora, es decir, suyo. EstarÃa en las nubes, como casi siempre. O estresada sin medida, también como casi siempre. El médico le dijo dÃas más tarde que al chocar de forma violenta contra el quitamiedos de la carretera habÃa salido literalmente volando del coche y habÃa aparecido junto a un árbol. Desde entonces, aunque trata de mantenerse alejada de la nieve, a menudo tiene ese recuerdo prolongado, de un vuelo en invierno.
Foto: Mitchell Hollander
Enviado por: Sandra Sánchez
18 diciembre 2018
No importa lo que decimos, sino lo que hacemos. O más bien, solo importa lo que decimos si acompaña a lo que hacemos, si esa coherencia entre una cosa y la otra se produce. Esa frase, o parecida, la dijo Jane Austen hace ya más de 200 años, y también la dice, o parecida, el actor Bruno Ganz en The Reader. En esa pelÃcula, maravillosa, Kate Winslet interpreta a una mujer alemana, humilde, sin cultura, y con un pasado terrorÃfico y secreto. La acción transcurre unos años después de la Segunda Guerra Mundial, cuando esa mujer lleva una vida gris y solitaria hasta que conoce a un joven estudiante al que dobla la edad y empiezan a vivir, al principio casi a pesar de ella, un intenso romance.
Kate, es decir, su personaje, desaparece y transcurren los años, pero el joven vuelve a encontrarse con ella en el sitio más inesperado y su pasado sale a la luz. A partir de aquÃ, ¿qué hacer? ¿Todo es perdonable, cualquier cosa, por grave que sea se puede olvidar? El chico opina que no y aunque retoma el contacto con ella la relación ya será completamente distinta.
Desde hace años pienso de vez en cuando en la primera frase de este post. No he comentado que Bruno Ganz, en la pelÃcula, interpreta al profesor del joven, un hombre sabio de esos cuyos consejos no son un ‘tienes que hacer esto o lo otro’, sino ‘yo te dejo caer esta idea y tú si te parece bien haz con ella lo que veas’.
Hay cosas imperdonables. Es fácil caer en el ‘buenismo’, sobre todo si opinamos desde lejos, sin que el asunto en cuestión, sea el que sea, nos alcance de lleno. Como aquella cita de Alejandra Pizarnik: “Qué fácil callar, ser serena y objetiva, con los seres que no me interesan verdaderamente, a cuyo amor o amistad no aspiro. Soy entonces calma, cautelosa, perfecta dueña de mà misma. Pero con los poquÃsimos seres que me interesan… Allà está la cuestión absurda. Soy una convulsión”.
La sociedad está cambiando. Parece que no, pero se van moviendo cosas. Ya casi finaliza este año y desde el punto de vista social al repasarlo lo primero que me viene a la cabeza es el 8 de marzo. El de 2018 ha sido como ningún otro que yo recuerde, una auténtica marea de mujeres de todas las edades en las principales calles de todas las ciudades del paÃs con una causa común. La igualdad de derechos y de libertades, ni más ni menos, porque de eso y no de otra cosa va el feminismo. Fue realmente emocionante, tanto ese dÃa como los posteriores, una sentÃa una esperanza flotar en el ambiente, como de un avance que está a punto de acontecer.
Terminar el año con la noticia del más que probable (no está confirmado mientras escribo esto, aunque todo apunta a ello) asesinato de Laura Luelmo, una joven zamorana que empezaba una nueva etapa de su vida, con todo por hacer, por descubrir, por disfrutar… por vivir, es sencillamente insoportable. Pensar en ella y en las personas que la querÃan produce una tristeza infinita. Y pareciera como si el mundo se nos viniera de nuevo encima, un cielo negro y pesado en el que se hace imposible respirar.
El cambio que se ha producido este año creo que es justamente este: que aunque no conociéramos personalmente a Laura su muerte nos alcanza a todas, a todos, de lleno y ya es asà con cualquier niña, joven, mujer, que sea atacada. Con todas, el resto somos ya una convulsión. Y eso nos hace imparables. Esta noche pienso en otra cita de Pizarnik, esta me gusta más que la anterior. La poeta argentina decÃa lo siguiente: “Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y corazón guerrero”. No menguará ese calor. Irá a más.
Foto: Suhyeon Choi
Etiquetas: 2018 , 8 de marzo , Bruno Ganz , dÃa de la mujer , feminismo , fotografÃa , Jane Austen , Kate Winslet , relatos , The Reader
Enviado por: Sandra Sánchez
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