La Catrina
La noche anterior en mitad del cielo lucÃa una luna especial. Era redonda, llenÃsima y blanca como la espuma. Te encontraras donde te encontraras, esa luna te llamaba y tú tenÃas que responder, elevando la mirada hacia ella. Fueron muchas las personas a las que les costó conciliar el sueño. No encontraban la postura, algo les inquietaba, la luz que se colaba por las rendijas de las persianas era mayor de lo normal e impedÃa la oscuridad.
Aun asÃ, ella, como todos, terminó cediendo al sueño más profundo y ya no recordó nada más.
Al alumbrar la mañana nada parecÃa diferente. Al otro lado de la ventana el otoño estaba en su momento de máximo esplendor, ese en el que las hojas de árboles y arbustos son una fantasÃa de color, desde el rojo más vibrante al dorado más reluciente. Era un placer contemplarlas y asà pasó un buen rato, no sabe cuánto, simplemente dejando pasar el tiempo disfrutando de aquellos colores. Del silencio que inundaba las calles no se percató.
No tenÃa hambre, se saltó el desayuno. Se encontraba deliciosamente plácida, como si flotara por el hall de su casa y fue recorriéndola entera, habitación tras habitación, como si mirara cada estancia por primera vez. Encendió y apagó las luces, posó sus largos y delgados dedos sobre los lomos de los libros de su estanterÃa y se entretuvo en la telaraña minúscula que colgaba de la lámpara del salón y que no habÃa visto hasta entonces. Esperaba que no llevara mucho tiempo allÃ, pero tampoco le parecÃa un dato importante.
Se dirigió al baño principal y abrió ambos grifos. El agua caliente se fundÃa con la frÃa y ambas luchaban por ganar en una partida imposible, abocada al empate. La bañera se llenó y ella añadió un kilogramo de sal y unas gotas de aceite esencial. No sabÃa por qué, pero asà lo hizo.
Se desvistió, dejó sobre el radiador la lencerÃa con la que habÃa dormido y se metió en aquel baño cálido y acogedor. Al salir de él era otra. O quizá la misma, la que siempre habÃa sido, pero renovada. TodavÃa desnuda se miró al espejo y no sufrió ninguna conmoción al ver su aspecto. No era el de siempre, desde luego, pero se reconocÃa a la perfección en él. Se vistió con un vestido negro y ceñido con un corpiño, el escote al aire y la falda amplia hasta el suelo. Decoró su pelo con flores, esto le llevó un tiempo, pero no le convenció el resultado y lo cambió por un sobrio sombrero oscuro. No dedicó ni un minuto al maquillaje, este ya iba con ella. Y asÃ, convertida en lo que serÃa a partir de ahora, salió a la calle a encontrarse con otros como ella. Era el dÃa de muertos y habÃa cruzado un puente.
Foto: Tony Hernández
Etiquetas: catrina, coco, cuentos, dÃa de muertos, fotografÃa, Halloween, historias, la llorona, maquillaje, méxico, relatos, todos los santos
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